Repercusiones cognitivas del COVID-19. Síndrome del COVID persistente
- Lucía Vaquero Díaz

- hace 2 días
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El COVID-19 se conoce como una enfermedad infecciosa que afecta al sistema respiratorio debido al virus conocido como SARS-CoV-2. En España, a fecha de junio de 2023, fueron más de 13.980.340 las personas confirmadas de padecer COVID-19. Ante esta problemática mundial la incertidumbre se extendía, no sólo por lo que podría ocurrir en ese momento, sino también por la pregunta de cuáles podrían ser los efectos a largo plazo en las personas afectadas por el virus.
Sin duda, la pandemia ha tenido múltiples consecuencias a nivel económico, social, laboral. Asimismo, diversos estudios han demostrado que en efecto, la infección por el virus SARS-CoV-2 puede tener efectos a largo plazo. Es decir, aunque una persona se haya recuperado, podría experimentar repercusiones en distintos aspectos de su salud.
Los autores plantean diversas teorías sobre el daño cerebral que podría implicar la infección por este virus. Por un lado, se plantea la posibilidad de que el coronavirus permanezca en las neuronas, lo que podría provocar, a largo plazo, el desarrollo de trastornos neurodegenerativos. Por otro lado, se ha visto que la entrada del virus al organismo, produce una tormenta de citocinas como una estrategia de defensa frente al virus, sin embargo, la entrada masiva produce una inflamación que debilita la barrera hematoencefálica, aquella que protege el cerebro, de manera que el virus o las células inflamatorias pueden ingresar al cerebro con mayor facilidad. Estudios realizados en autopsias de pacientes que padecieron COVID-19 encontraron zonas inflamadas, como la vía olfativa y el nervio trigémino, relacionado con el dolor facial.
Los autores concluyen que la infección por este virus genera principalmente inflamación a nivel cerebral, lo que podría ser un factor importante en el desarrollo de enfermedades neurológicas como encefalitis, delirium, síntomas neuromusculares, hipoperfusión, hipoxia o accidentes cerebrovasculares, contribuyendo al deterioro cognitivo. Estos efectos se observan un año o más después de la infección y son más prevalentes en personas que tuvieron síntomas prolongados (12 semanas o más), que fueron hospitalizadas o en personas infectadas con variantes anteriores del virus, es decir, de las primeras variantes.
Entre los déficits cognitivos se encuentra la pérdida de memoria a corto plazo, de manera que personas que han padecido de COVID-19 pueden experimentar dificultades para generar nuevos recuerdos. Es decir, no es que olviden las cosas más rápido de lo normal, sino que desde un principio presentan dificultades para recordar. Esto podría deberse a afecciones en zonas del cerebro, como el lóbulo temporal medial, o a procesos como la neurogénesis hipocampal. Por otro lado, se han identificado déficits en las funciones ejecutivas, especialmente en la planificación espacial. Asimismo, la atención y la concentración se ven afectadas, lo que da lugar a dificultades para pensar o enfocarse, un fenómeno también conocido como “niebla mental”. Estas alteraciones repercuten en aspectos como el aprendizaje, el razonamiento verbal y el lenguaje escrito, efectos que se observan también en personas que han sido afectadas por el virus.
Es importante tener en cuenta que todas estas disfunciones pueden afectar posteriormente el desempeño normal en la vida diaria de la persona. Aspectos como la independencia funcional, la calidad de vida y el desempeño laboral se pueden ver afectadas. Asimismo, se ha observado que la estimulación cognitiva, la terapia ocupacional, la fisioterapia o la rehabilitación del lenguaje podrían ser tratamientos efectivos para estas secuelas. No obstante, es importante tener en cuenta que las implicaciones a largo plazo y su relevancia aún no están claras, por lo que se requiere de más investigación.
Un fenómeno en creciente estudio y reconocimiento es el síndrome del covid persistente, también conocido como “long COVID”. Este hace referencia a la persistencia de síntomas del COVID-19 durante más de 4 semanas (incluso 12) después de la infección. o a la aparición de complicaciones a largo plazo, como en el caso de pacientes asintomáticos. Es importante destacar que estos síntomas se presentan en ausencia de una infección activa.
Por otro lado, este síndrome puede afectar a cualquier persona que haya contraído el virus, desde aquellas que lo han padecido de manera grave con necesidad de ser hospitalizados, hasta personas que han tenido síntomas leves o que han sido asintomáticos. Asimismo, estudios realizados en los últimos años explican que entre los factores de riesgo se encuentran las personas adultas y personas que han sido afectadas gravemente por el virus, especialmente si fue necesaria la hospitalización. También, existe un mayor riesgo en personas que han tenido ciertas enfermedades previas a la infección por la COVID-19 o personas que han experimentado un daño en los órganos y tejidos durante la infección.

A través de los estudios, se han definido más de 200 síntomas que afectan tanto al organismo en general como a distintos sistemas del cuerpo. Entre los síntomas más comunes a largo plazo se encuentran el dolor musculoesquelético, la fatiga incapacitante, las dificultades neurocognitivas, fiebre, síntomas cardiorrespiratorios y alteraciones del estado de ánimo. En cuanto a los síntomas neurocognitivos, se ha observado que el virus afecta de manera directa al sistema nervioso central por el debilitamiento de la barrera hematoencefálica y al sistema nervioso periférico, de manera que se generan dificultades a nivel neuromuscular. Estos síntomas se concretan en cefaleas, inestabilidad, parestesias, entre otros, así como en disfunciones cognitivas, como las mencionadas anteriormente (“niebla mental”, dificultades en la concentración, memoria, funciones ejecutivas, lenguaje).
Por otro lado, se observan síntomas a nivel cardiaco y del sistema nervioso autónomo, es decir, el que se encarga de controlar de manera automática las funciones del cuerpo que no requieren del pensamiento, como la respiración o el ritmo del corazón, aspectos que se ven dañados en personas que han contraído el virus. De esta manera, se puede experimentar dolor torácico, palpitaciones o derrame pericárdico, siendo importante descartar, en el caso del dolor torácico, alguna enfermedad coronaria, sobre todo si existe algún riesgo cardiovascular.
Asimismo, se observan síntomas a nivel psicológico que pueden persistir o presentarse meses después de haber contraído el virus inicialmente. Entre los más frecuentes se encuentran la ansiedad y la depresión, sin embargo, se observan también aspectos como la apatía, las fobias, dificultades para dormir (insomnio), el trastorno de estrés postraumático y sintomatología obsesivo-compulsiva.
Dado que los síntomas son variados y los órganos comprometidos pueden ser distintos en cada persona, no existe un tratamiento estandarizado que permita ayudar a quienes lo sufren. Sin embargo, se recomienda un tratamiento multidisciplinario que permita abordar y evaluar posibles daños en distintos niveles, tanto físicos como psicológicos. Así, por ejemplo, se pueden realizar exploraciones físicas, pruebas de laboratorio, estudios de imagen y neuroimagen para evaluar posibles áreas comprometidas, así como pruebas respiratorias o electrocardiogramas que son complementarias. Asimismo, se pueden utilizar distintas escalas para medir aspectos como la calidad de vida, el dolor, la fatiga, los trastornos emocionales, los trastornos del sueño y las alteraciones cognitivas. Sin duda, el apoyo psicológico y la rehabilitación son aspectos fundamentales a tener en cuenta para la mejoría de la persona, no solo a nivel fisiológico, sino también psicológico, de manera que la persona experimente mayor satisfacción personal.
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Almudena Cavassa
Psicóloga





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